Este artículo abre mi blog, en el que quiero ofrecer una aproximación diferente a las nuevas tecnologías. Más sostenible en lo social y ambiental. Con las personas en el centro a la vez que con los pies en el suelo. Me llamo Oscar, Oscar Martín, y mi enésimo nick en las redes, hoy por hoy, es zenitram (mi apellido materno al revés). Bienvenida, bienvenido, a la tecnología consciente.
Mi primer contacto con un ordenador propiamente dicho fue con un ZX Spectrum que le regalaron a mi hermano. Por aquel entonces, el llamado «microordenadora personal» comenzaba a ser un nuevo y misterioso electrodoméstico. Aunque tenían fines bastante lúdicos, estos nuevos habitantes de los hogares de los 80 permitían ya programar en lenguaje Basic.
El microordenador personal iba un paso más allá con respecto al resto de electrodomésticos. Era una versión doméstica de los grandes ordenadores a los que imitaba. Y como éstos, eran versátiles, de propósito general. Me explico: un videograbador digital tiene un propósito específico. Incorpora circuitos digitales con transistores, que están contenidos en «chips» con la capacidad de proceso suficiente para realizar labores simples, como controlar y mostrar el temporizador de grabación, entre otras. Se trata de hardware diseñado específicamente, y una capa muy simple de software (programas) que lo controlan. Por contra, un ordenador (micro o macro) incorpora chips mucho mas potentes, que conforman un hardware versátil que permite ser programado para realizar una infinidad de tareas.
Aquel «para todo y para nada» tenía un aire enigmático, mágico, intrigante, y si me lo permitís hasta oscuro. Y a mi madre no le pasaba desapercibido. Le preocupaba bastante el tiempo que pasábamos delante de la pantalla, tan cerca, tan absortos. Y uso el masculino conscientemente, porque mi hermana nunca lo usaba. Las mujeres de mi casa manejaban con soltura la tecnología: lavadoras, maquinas de coser, fogones, hornos, neveras, planchas… todas aquellas relacionadas con la vida y los cuidados, a las que no se les da el rango de tecnología. La tecnología digital, aquella que encierra ceros y unos almacenados en transistores y que se relaciona con el ocio, les resultaba ajena. Y el nuevo habitante mucho más. Sin embargo, y retomo la idea, a mi madre le resultaba preocupante, y me limitaba el tiempo que pasaba delante de aquel televisor que había sido embrujado por un microordenador.
Mi primer ordenador me lo regalaron mi padre y mi madre. Tenía un procesador 486DX, 20MB de disco duro, y creo recordar que 4MB de RAM. Hoy es posible enviar toda la capacidad de ese disco duro adjunta en un correo electrónico. Con él, además de jugar, podía procesar textos con Wordperfect, dibujar con PaintBrush, organizar mis películas en una base de datos con DBase e incluso diseñar animaciones tridimensionales con 3D Studio. Poco a poco, sin darme cuenta, me fui haciendo informático, entre ordenadores y videoconsolas. Mi madre lo permitió, en aquel entonces era una de esas «profesiónes con futuro». Pero a la vez seguía tratando de limitarme el tiempo que pasaba, como ella decía, «enjotao» con la pantalla. Yo ya era mayor de edad y poco podía hacer ella, pero nunca dejó de repetírmelo.
Ya a finales de los noventa, me llamaban friki porque «chateaba» por las noches, y me descargaba MP3 que grababa en cinta de audio para escucharlos en la radio del coche. Luego, no sabría describir como, todo pasó muy rápido: los móviles y sus SMS… de repente todo el mundo tenía reproductores MP3… Spotify… Google… Facebook… gente en aquel viaje a Londres que miraba el smartphone mientras caminaba, «enjotá»… un año después en el tren de que va a la universidad las y los estudiantes ya hacían lo mismo… Whatsapp… telefonos que suenan todo el rato… pantallas brillantes que sustituyen a los mecheros en los conciertos… caras iluminadas en la oscuridad de un autobús al volver a casa…
Hoy me levanto con la noticia de que SilverCrest, una empresa tecnológica china, ha incorporado un micrófono en «Monsieur Cousine», el robot de cocina que vende Lidl. Como dijo el cómico Keith Lowel, «Lo que Orwell no predijo es que las cámaras las pagaríamos nosotras y nosotros». Y al leer la noticia, entiendo que mi madre, tan ajena a las nuevas tecnologías, ya sabía esto en los 80. Como ella sabe las cosas, de manera intuida, con ese olfato que no falla, ese que la encomienda social de proteger la vida otorga a las mujeres. Mi madre se anticipó y previó este futuro mejor que Orwell.
Me había propuesto que esto sería la presentación del blog, que no me enrollaría mucho, y he acabado descubriendo, mientras lo cuento, que la primera persona que me transmitió la idea de uso consciente de la tecnología fue mi madre. Para eso es este blog, para eso me hice informático: para continuar su labor.